Sola
Cama, escritorio, sala, cocina y baño.
Es lo único que veía al pasar los días, durante semanas fue así,
sin ninguna otra rutina, sin más gente, solo la que ya conocía. Y no es malo,
me agrada estar sola, me gusta tener mi espacio y poder hacer ciertas cosas
para mí, pero la soledad se volvió un arma de doble filo cuando ya no solo
estaba, también me sentía sola. Aunque escuchaba de fondo la televisión prendida
señal de que mi mamá estaba ahí, no podía evitar tener esa sensación de que no había
nadie con quien reír, distraerme, gritar, cantar o llorar.
El tiempo se mezclo con la soledad, el aburrimiento se unió y los pensamientos se colaron a una fiesta que estaba en mi espacio, donde todo formo una nube que creo frustración. Sin contemplar el pasar de los días, solo despertando por que la alarma así lo decía y hablando con quien me lo pedía. Sabia que eso no era lo que quería, necesitaba hacer algo, pero no podía. Las cosas que me protegían de aquellos pensamientos ya no estaban y no encontraba motivación suficiente para empezar a hacer algo que cambiara el ambiente y corriera a los intrusos que seguían de fiesta.
Metí en una maleta los malos pensamientos y seguí a mi madre
quien me llevo a aquel lugar que la vio crecer, cerca de la naturaleza donde
todo se veía más claro y la luz del sol da más directo. Familia que no veía
hace varios meses estaba ahí y finalmente un lugar nuevo me esperaba. Con pocos ánimos seguí mi instinto y pude al menos respirar un aire diferente.
Pero me di cuenta de que extrañaba mi cama, mi escritorio,
mi sala… No es que me guste sentirme sola, pero al final las paredes de mi casa
ya están llenas de mi esencia. Y tal ves solo tengo que pensar menos y hacer
más.
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